Las ideas delirantes o delirios son ideas erróneas o falsas con convicción de realidad total, irrefutables ante la crítica exterior, persistentes en el tiempo, que influyen en los sujetos modificando su personalidad o estilo de vida, y que se propagan como los virus por las ondas. El problema es la dificultad de distinguir una idea delirante de una errónea, falsa o sobrevalorada, porque hay numerosísimas ideas firmemente sostenidas, incluso con fundamentos lógicos absurdos, que son incorregibles a pesar de los datos de la realidad o con la demostración de su imposibilidad, pero que al ser congruentes con el contexto cultural de los sujetos que las sostienen, no son catalogadas en la Clasificación Internacional de Enfermedades como delirios, aunque sean formalmente idénticas. Por ejemplo los mítines cardenalicios disfrazados de homilías (sobre las que reflexionaremos próximamente) o las posiciones políticas ultras.
Las ideas delirantes ocupan el polo más extremo de un continuo, que va desde afirmaciones hipotéticas (provisionales), hasta los bizarros gritos del Quijote asaeteando pellejos de vino. Si no encuentro el teléfono móvil en el lugar donde supongo lo dejé, puedo dudar de haberlo dejado allí; puedo preguntar si alguien lo puso en otro lugar; puedo, incluso, afirmar que alguien lo habrá tomado para su uso circunstancial, todos ellos juicios erróneos pero lejos de la psicopatología. Ahora bien, si afirmo que Irina, la asistenta búlgara, me ha robado el móvil, estoy en otra onda. Y si acudo a la Comisaría más próxima a substanciar la denuncia, saliendo de ella sin poderlo hacer por falta de pruebas, pero afirmando que el Comisario es un felón miserable y compinchado con la mafia del Este, ¿Qué soy?
Un tipo de delirio está muy pegado al ámbito forense: el delirio querulante, caracterizado por la insistencia insensata de no aceptar las sentencias que son desfavorables. Los querulantes, también llamados pleitistas, no asumen las sentencias, sintiéndose víctimas de la injusticia, no por los razonamientos del juez de turno, sino porque suponen sus derechos vulnerados, perciben la connivencia de este con la otra parte o dan por hecha la incompetencia de su juzgador. Dicho lo cual, pregunto: en estos tiempos, ¿en que estamos? Ante delirios, ante ideas sobrevaloradas, ante creencias o ante una monumental mentira de algunos Medios o de un Partido Político que han visto "un negocio extraordinario" y un probable éxito electoral en la "estrategia de la desestabilización" (Gabilondo).
Me atrevo a afirmar que, no tanto una gran mentira, sino la producción intelectual de personas aparentemente, fenomenológicamente, delirantes, es la causa de que se mantenga viva la teoría de la conspiración que, como delirio querulante sigue vivo después de la Sentencia sobre el 11M. Recordemos como el periodista estrella de la COPE, Federico Jiménez Losantos, ha sembrado un virus maligno, con un estilo histriónico y desmesurado, en relación al 11-M, en sus alegatos radiofónicos y en sus habituales charlas con los lectores de Libertad Digital. Acusa a Zapatero de una “responsabilidad creciente en el 11-M”; al Gobierno de no querer investigar “porque tiene algo que ocultar” y de “sembrar (junto a policías y jueces) de pruebas falsas el sumario para que cuele la trola del terrorismo islámico”; apunta a una posible “conexión con la masonería francesa” y denuncia la “cobardía de la opinión pública que votó en clave de pánico y sectarismo”. Un virus repetido hasta la saciedad: la “evidente” culpabilidad del Gobierno, por el empeño que supuestamente muestra en ocultar la autoría de ETA y no de los “pelanas de Lavapiés”. El 11-M, es, a su juicio, un “golpe de Estado moderno”, no “como los del 23-F”. Todo esto ha sido desmontado por la Sentencia como hechos no probados; los probados son justamente los contrarios: que no hubo falsificación de pruebas, que el instructor hizo las cosas correctamente, que el terrorismo islámico es responsable directo de la atrocidad, todo lo contrario de lo delirantemente afirmado.
Los virus mutan, incluso después de la sentencia, en juicios tremebundos acerca de tramas, sólo el delirio puede explicar que después de la sentencia pueda seguir insistiendo en que “aquello estuvo perfectamente hecho, cronometrado, organizado para llegar a las elecciones, incluyendo la agitprop de los propios medios de comunicación y del principal beneficiario del 11-M, que fue el mismo que llamaba a los medios diciendo que en los trenes había terroristas suicidas y que se llama José Luís Rodríguez Zapatero, sito en Moncloa”, 24 horas después de que fuera conocida la sentencia, que se adorna con los adjetivos propios del querulante: pasteleo, pacto con la Fiscalía, pagado, chapucero, basuriento. Aún hoy seguimos leyendo: “No se puede decir que ETA no tiene nada que ver. Acatamos la sentencia pero no se debe renunciar a futuras investigaciones, ya que los supuestos autores intelectuales han sido absueltos. Está claro que el PSOE va a seguir intentando sacar partido de la sentencia”. Jaime Ignacio del Burgo dixit. Por mi parte me sumo a la calificación de la Fiscal sobre estas ideas, “ha sido algo absolutamente repugnante, nauseabundo y mezquino” con un diagnóstico: delirante.
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