Recurrente, es recurrente. De nuevo un miembro de un jurado en un concurso televisivo pone en circulación dos patógenos de la salud mental: el de “si quieres triunfar tienes que pasar por los criterios aberrantes de un sedicente famoso” junto a “el mejor modo de juzgar a los otros es el que más les humilla”.
Por lo que se refiere al espacio televisivo concreto, dentro del ámbito voyerista, estimamos más adecuada la decisión de la concursante que puso la dignidad por encima de la continuidad. Hace meses denunciamos, que estas formas de poner el éxito al alcance de la mano, sometiéndose a la tiranía de unos árbitros arbitrarios, son nocivas para la salud mental social, decíamos que la lotería y las quinielas son menos tóxicas, en ello no ratificamos. Un clima saludable está edificado sobre juicios no descalificadores, no humillantes, sino razonados y salvando al juzgado; de esa forma todos aprenderemos, y propagaremos, tolerancia sin dejar de ser críticos. Me acuerdo ahora de la anécdota del diplomático, que cuando se le preguntó sobre las relaciones de su país con otro con el que estaba a punto de entrar en guerra, respondió “son muy mejorables”.
Así pues, denunciamos la sádica condición de agredir para juzgar un comportamiento; las confesiones públicas son menos tóxicas. Un juicio como “No hay sonido capaz de describir tu actuación de esta noche. Y si lo hay, te aseguro que no es un sonido que saldría de la boca”, no es un juicio es un reflejo en espejo. Denunciamos, en fin, que se propongan como modelos a imitar conductas que excepcionalmente llevarán al éxito. Animamos a todos a llegar al mismo mediante el trabajo continuado que es más saludable; pero alguien puede decirnos que también en el trabajo hay quienes nos juzgan con estilos parecidos….y tendremos que darle la razón.
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3 comentarios:
Hubo un tiempo en el que la fama era la ecuación resultante entre el trabajo honrado, silencioso y autoexigente (Tolstoi dixit) más su ulterior repercusión informativa. Sucede que hoy se proscribe la decencia callada, que lo sutil es cancerígeno, al tiempo que se aplaude al gesto histriónico, indecentemente necio, y por sobre todo a su hermanita indigna, la mezquindad travestida de pan de oro. No resulta extraño, pues, en esta aberración especular de lo talentoso, que el populacho confunda difusión con fundamento y parafernalia con argumento. En el parvulario aprendí que escupir no es decente, afea el paisaje y contraviene las mínimas coordenadas de la dignidad emocional (tanto propia como prójima) pero estos tiempos ya no son más aquellos y hoy cualquier parlanchín medianamente hábil, y con mil cien cuentas pendientes achacables a un pasado ostentosa y culturalmente drogadicto, puede aprovechar su presencia en "prime-time" para enseñar a otros lo que la decencia jamás le enseñó.
Ahora, por ejemplo, yo mismo peco también de lisergia, al escribir sobre este pollo mientras podría estar haciéndole el amor a una sandía búlgara o colgando nubes fucsias en el alféizar de alabastro de mi ventana, lo que subraya el hecho de que a cualquier patán con ínfulas le puedes ofrecer una tribuna con altavoz y ahí mismito le crecen sermones-reptiles en sus huellas dactilares y cóleras nunca suficientemente cauterizadas en el bulbo raquídeo.
Pero, mientras, Europe's (still) living a celebration.
Estoy de acuerdo con tus apreciaciones y encantado con tu arte. Dr. Atutiplen
Mil gracias, doctor. Otto Rank proponía un argumento saludabilísimo: todos somos neuróticos, cosa nada paralizante si observamos qué demonios hacer con tamaño desaguisado. Servidor lo canaliza alumbrando sonrisas, básicamente fungibles, lo que demuestra que toda parida bienintencionada quizá no mejora ostensiblemente este puñetero mundo desprincipiado, pero tampoco obra extremos antónimos. Aprovecho para añadir que sigo sus comentarios con delectación sin solución de continuidad, lo que quizá puntúe como drogodependencia. Acá el veneno brilla por su ausencia, no importa la dosis (homeópatas convencidos, absténganse de leer en literal).
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