Discurso de Jack Babiloni en el Teatro Principal de Castellón (23 de abril de 2008), con motivo de la presentación de su libro YO NO ME ABURRO NUNCA.
"Cuando era pequeño pensaba que las nubes eran formaciones de algodón dulce prendidas del firmamento, con hilos invisibles de nailon, por un niño inopinadamente inquieto. Ya no pienso eso. Tampoco me creo las patrañas de la NASA, pero sí recuerdo las verdades de mis abuelos, de mis padres, de mis tíos y de mis primos mayores, en las que la fama era la ecuación resultante entre el trabajo honrado, silencioso y autoexigente más su ulterior repercusión informativa. Sucede que hoy la decencia callada está proscrita, que lo sutil es cancerígeno, al tiempo que se aplaude al gesto histriónico, indecentemente necio, y por sobre todo a su hermanita indigna, la mezquindad travestida de pan de oro. No resulta extraño, pues, en esta aberración especular de lo talentoso, que el populacho confunda difusión con fundamento y parafernalia con argumento. En el parvulario aprendí que escupir no es decente, afea el paisaje y contraviene las mínimas coordenadas de la dignidad emocional (tanto propia como prójima) pero estos tiempos ya no son más aquellos y hoy cualquier parlanchín medianamente hábil, y con mil cien cuentas pendientes tras un pasado ostentosamente drogadicto, puede aprovechar su presencia en "prime-time" en cualquier televisión del mundo incivilizado para enseñar a otros lo que la decencia jamás le enseñó a él.
Los actuales hijos del que los tenga crecen en este ambiente de adúlteros cobardes, de sacerdotes pederastas, de mentirosos jaleados y de organizaciones como la ONU, dirigidas por ladrones legales.
Seguiré hasta mi muerte alumbrando álbumes infantiles, para extender entre los niños el rumor de que dignidad humana no es una formulación anacrónica, propia de tiempos remotísimos y gentes sabiamente ingenuas, sino una obligación espiritual, amén de una redundancia, pues sólo los humanos podemos y debemos ser dignos. (Aún no extraje de mi frigorífico espinaca alguna con semejantes valores). Seguiré hasta mi muerte alumbrando álbumes infantiles para extender entre los niños el rumor de que un político no debe ser nunca más un ser que utilice nuestro voto para gestar leyes que beneficien los negocios de sus amiguitos millonarios, para que los niños entiendan que no hay rico que no sea despreciable ni que crean, en contra de lo que digan los vocingleros, que existe un trabajo en el mundo aún mejor que el de colgar con hilos de nailon invisible nubes de algodón fucsia del alféizar del firmamento.
La mayoría de los niños que me rodean han acabado por acostumbrarse al esfuercito enano, a la inexigencia continua, al capricho estúpido como ciencia de comportamiento, pero qué queremos: así también son sus padres. Yo pienso que los niños no son así; lo que ocurre es que nuestros nauseabundos baremos pseudoadultos les tienen rodeados.
Seguiré hasta mi muerte alumbrando álbumes infantiles para extender entre los niños el rumor de que su cerebro alberga más pantallas luminosas que cien mil “playstations”, que hay una relación directamente proporcional entre la disciplina y la autoexigencia y que no hay que alegrarse por el éxito, que no es más que el fracaso ajeno, ni entristecerse por el fracaso, pues ahí nace el éxito prójimo y, que, de ahí en más, ni éxito ni fracaso importan un carajo, pues además de ser ridículas construcciones cerebrales, al fin y al cabo con nada vinimos y nada de acá nos llevaremos.
Quiero dedicar este premio a todos esos creadores silenciosos o silenciados que siguen arrimando su granito para colaborar en la reconstrucción del mundo tal y como nunca debió dejar de ser: un paraíso de hombres honestos ocupados en extender, día tras día y sin desmayo, la semilla de la dignidad, sea cual sea el acto, el motivo, la dirección.
Si existen millones de infames dirigiendo nuestras vidas haciéndonos creer que el robado es más tonto que el ladrón, yo no me pienso callar, no vaya a ser que, a fuerza de consentir, mis sobrinitas mellizas me salgan diplomáticas, banqueras o, puestos en lo peor, presidentas de los Estados Unidos del Bienestar.
Quién querría desperdiciar su talento en tan despreciables ocupaciones, pudiendo dedicar su vida a colgar con hilo de nailon invisible nubes de algodón fucsia del indeterminado alféizar del firmamento, que el esfuerzo callado es el único premio que existe.
Eso también lo aprendí en el parvulario.
Nos vemos el próximo 1 de mayo en la Feria del Libro. Traigan a sus hijos para que les firme mi libro pero sobre todo tráiganse también, si me lo permiten, al niño que todos ustedes llevan dentro y que, quizá, hace décadas que no ve el sol.
Y cuando termine este acto, váyanse todos a casa y hagan el amor a sus parejas respectivas durante toda la noche, a mi salud. Y a las suyas. Y el que no tenga pareja, que se haga el amor a sí mismo, que eso también puntúa como bendición inopinable.
(No faltará quien les diga que eso también es imposible. Están por todas partes…)"
Tomad nota.
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