Todo menos indiferentes; así nos deja cada intervención pública de Benedicto XIV. La última vez con ocasión de pedir solemnemente en las Naciones Unidas, “en nombre de la libertad debe haber una correlación entre derechos y deberes, por la cual cada persona está llamada a asumir la responsabilidad de sus opciones, tomadas al entrar en relación con los otros. Aquí, nuestro pensamiento se dirige al modo en que a veces se han aplicado los resultados de los descubrimientos de la investigación científica y tecnológica. No obstante los enormes beneficios que la humanidad puede recabar de ellos, algunos aspectos de dicha aplicación representan una clara violación del orden de la creación, hasta el punto en que no solamente se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana misma y la familia se ven despojadas de su identidad natural. Del mismo modo, la acción internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica imagen de la creación”.
En boca del Papa, “esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos”.
El problema empieza en el momento en que entramos a analizar cuales son estos imperativos, porque la existencia y la esencia de los mismos no es idéntica para todos y menos para los científicos no religiosos. ¿Qué criterios éticos son los aplicables? ¿Los que se deducirían de la existencia del alma o la conciencia, como una entidad separada y distinta o la de los que la suponen como una función del cerebro? La metodología científica respetuosa con los imperativos éticos ¿tendría que tener presente la hipótesis del “diseño inteligente”, o podría sustentarse en la evolución? ¿Hay que incorporar a los análisis experimentales la variable de las oraciones a distancia, o la variable efecto placebo es suficiente para que las pruebas realizadas sean falseables? La hipótesis del Big Bang en la astronomía ¿apunta a Dios como la causa del orden de la creación que ha de ser la base de la ética científica, o tal orden puede sustentarse en el azar y la necesidad? ¿La ética deducible de la Décima dimensión es la imperativa o podemos basarnos, todavía hoy, en Kant?
Estimando prudente la predicación papal, hemos de recordar que por desgracia, la religión culturalmente dominante en occidente ha usado su poder para imponer sus creencias pretendientes de bloquear o censurar la investigación científica. Ejemplo de ello, actualmente, es su esfuerzo de algunos por restringir la investigación de células madre embriónicas, argumentando que en una célula que comienza a dividirse, aún si sólo son seis u ocho células, está implantada el “alma” de una persona ya está implantada y por tanto que cualquier esfuerzo de experimentar con esto es “inmoral”.
La religión dificulta el progreso de la ciencia; se necesita la separación de ámbas. La religión tiene una función social en el campo de lo afectivo, su liturgia, sus rituales, desdramatizan la condición humana y pueden paliar la ansiedad vital de muchos; al aliviar las tensiones existenciales de los que sufren en este valle de lagrimas o se sienten indefensos al estar de cara con la inexorabilidad de la muerte, cumple una función ansiolítica colectiva. Función que Marx comparó con un anestésico y Freud con un mecanismo neurótico: su función primordial es expresar esperanza, ofrecer ayuda a la debilidad de la condición humana, aunque tal ayuda no sea la más terapéutica.
Por ello los imperativos éticos que se edificarían en los criterios sugeridos por el teólogo Joseph Ratzinger, no son necesariamente verdaderos; son un sutil modo de imponer lo Unitario, en el Edificio de la Pluralidad.
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