A la vista de los nombramientos de las Ministras, pero sobre todo a la vista de los comentarios que han suscitado, me siento impulsado a hacer unas consideraciones sobre la perspectiva de género en la salud mental, sin pretensiones de descubrir el Mediterráneo, sencillamente para destacar que su salud mental está más amenazada, al igual que su forma de afrontar la patología psíquica.
El género ha sido, aún hoy sigue siéndolo por lo que hemos visto y oído en los últimos días, un elemento clave de la organización social (y de la lucha de clases dirían algunos), que se refleja en la división del trabajo, la representación de los roles y el significado de lo femenino en el ideario colectivo. También en la repercusión que todo ello tiene en la salud mental.
La imposición a las mujeres de los roles más antipáticos, o de menor potencialidad para desarrollar la personalidad, es una de las entradas al malestar psicológico, cuando no a la patología mental leve (ansiedad, depresiones ligeras), o severa (depresiones serias), de lo que es paradigma el padecer del ama de casa madura, de bajo nivel educativo que ejerce, sobre todo, de cuidadora del resto de la familia.
La salud mental de las mujeres está recibiendo cada vez más atención, por su mayor incidencia y porque cada entendemos mejor sus causas. El impulso del feminismo, los cambios sociales, la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo remunerado y la investigación epidemiológica impulsada por ellas, nos han hecho ver que las condiciones de desigualdad en las que se han elaborado sus roles sociales, la contraposición mundo público y mundo privado, (aquel más fecundo, este más frustrante), tienen mucho más que ver con el malestar de la cultura femenina, si se me permite parafrasear al Maestro, que el supuesto condicionamiento biológico del cromosoma X que las separa del varón.
El mundo privado intrafamiliar, lugar privilegiado de circulación de los afectos le ha llamado una autora, es un mundo ampliamente experimentado por las mujeres. La cultura dominante ha determinado que ellas “deban” ser cariñosas, sumisas, entregadas y solícitas, a y de, las necesidades de afecto de los demás. La mujer se define como persona por elementos tales como, románticas, amables, sentimentales y… madres. La vocación de servicio es el elemento iluminador del rol, y en este sentido la educación en colegios de Monjas y la influencia de la Sección Femenina son paradigmas españoles. Tanto que se ha descrito como origen del malestar, la maternalización de todos los roles- madres de los hijos, madres de los esposos o parejas, madres de los padres- sin contraprestación alguna, gratis et amore; por el contrario si se solicita o busca o exige alguna retribución afectiva se tacha de egoísmo e incumplimiento del rol.
El Super-Yo edificado, convierte la idea de satisfacer las propias necesidades y deseos en miedo y sentimientos de culpa, porque, pensar en ellas se vive como una actitud «egoísta», y las fantasías, o realidades, de competir en el campo tradicionalmente varonil, se reprimen con adjetivos que hemos oído en los últimos días.
La pata quebrada y en casa, resuena con tonos modernos; la mujer introyecta esos valores y constreñida en su desarrollo, no ya lícito sino necesario sufre, se deprime, se angustia, sufre. Determinadas, no me atrevo a decir aherrojadas, desde siempre al desempeño de los roles domésticos, las mujeres se hicieron cargo del desempeño de lo doméstico, del cuidado de los demás y de las necesidades de los otros. La tesis de una eminente socióloga española relaciona el éxito de nuestro sistema sanitario, con la labor no institucionalizada de las españolas en el cuidado de niños y ancianos.
Pero el malestar no se oculta, sino que se hace categoría al contabilizar el padecer psíquico y emocional de la mitad del cielo, como inaceptable explicación de su condición de mujer. Repito que no la condición biológica sino las actitudes que se han reflejado en los comentarios oídos, (y la doble jornada de trabajo para las que lo hacen también fuera de casa), lo que hace de la vida de las mujeres un espacio predisponente a la patología mental.
Pues bien, hemos visto con profunda satisfacción que el último Gobierno señalaba el camino de la salud mental desde una perspectiva de género, al indicar de forma palmaria que la construcción del bienestar mental en la vida de las mujeres se apoya en el desarrollo de mayores cotas de autonomía. En dar a las mujeres su cuota de poder para que tengan el control sobre sus propias vidas y capacidades, para que tomen las decisiones transcendentes para la sociedad y para si mismas. Para que la cultura sea génesis de bienestar.
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